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miércoles, 8 de enero de 2014

En el tren




Peces haciendo el mismo recorrido.
Golpeando contra el cristal una y otra vez.


Gente viajando, haciendo el mismo recorrido.
Golpeados por los mismos errores una y otra vez.

miércoles, 1 de enero de 2014

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Recuerdo perfectamente el día en que me encontré con Beñat, era martes y marcó el inicio del fin de mi declive.

Nos tropezamos por casualidad, lógica aplastante de los encuentros inesperados, justo en el centro de un paso de cebra, como cuando uno avanzaba el otro retrocedía decidimos recalcular la ruta y nos resguardamos del frío en una cafetería en la diagonal.

Lo que no recuerdo es el contenido del inicio de la conversación, supongo que sería el típico resumen plagado de tópicos y mentiras rápidas para ponernos al día. Después de retomar el hilo de nuestra amistad, comenzó a contarme sus logros de escalador, hablaba y hablaba sobre cumbres, piolets, mosquetones y vías, –ya sabe doctor, la colección de epopeyas que todo montañero, bueno o malo, disfruta contando.

Era fantástico verle, tan joven, tan alto, con ese brillo soñador en los ojos; hubo un momento, en el que la narración tornó hacia el lado jocoso, me explicaba un problemilla de un bravucón que, tras una broma de sus compañeros, acabó cabeza abajo y enredado con sus cuerdas. En ese momento oí que alguien reía, una gran carcajada desentonada.
¡Era mi risa! Esta alentó a mi amigo a contar y contar historias absurdamente hilarantes durante otra media hora más. Tras el café y aún con la sonrisa en los labios nos despedimos con el firme propósito de vernos más a menudo.

Caminé a casa mirando como mis pies empujaban el suelo, con el eco de mi risa resonando en los oídos y con una pregunta marcando el compás:
–¿Cuándo hace desde la última vez que reíste así? –No lo recuerdo, hace mucho ... demasiado– me contesté; la sonrisa de mi cara tomó una tangente hacia la amargura.



Al día siguiente cerré el bufete, vendí los coches, regalé el fondo y la superficie de mi armario. Con el último resquicio de valentía que me quedó, deje en adopción a mi perro Tales en casa de unos amigos.

Desde aquel miércoles comencé a vivir aspirando a fondo cada segundo, diciendo verdades y mentiras sin cortapisas y sobre todo, riendo lo más posible de todo y de ... todos.

Han pasado unas semanas desde que estoy  aquí y he aprendido la lección: esto último, lo de reír, no es algo que guste. Ahora sé que debo hacerlo más bajito, que a los tristes les molesta.
En cuanto salga, así lo haré.

Tonpoi kalea, Bermeo 25-04-2007