Entro a la tienda y ella atrae mi atención, la admiro por un rato antes de acercarme. En cuanto toco el cuadro me siento transportada.
Me vi en gran esfuerzo subiendo una cuesta empinada, el sudor resbalando por mi cara, la alegría de hacer cumbre cosquilleó mi nuca, no pude evitar sonreír. Luego llegó la bajada, la cabeza cortando, el viento resbalando por mi cuerpo, los árboles desenfocados pasando rápido, mi rodilla casi rozando suelo en una curva, el hueco oscuro, una rueda que derrapa, vi un cuerpo en el fondo del barranco, las piernas en un ángulo extraño, el cuello demasiado girado, el silencio demasiado quieto.
Una voz me habla desde atrás y me hace dar un respingo.
–Es bonita, verdad? –me dice un joven vendedor con una sonrisa de oreja a oreja.
Tardo unos segundos en responderle, la sonrisa se le queda congelada mientras mira mi pálida expresión –solo estaba curioseando –le contesto cortante– mejor será que me acerque a la sección de runnig.